ENCUENTRO CON LA
PALABRA
EN EGIPTO HICIMOS AMIGOS
AMBIENTAMOS: Proponemos una ambientación que puede parecer
algo más elabora- da pero que sin duda valdrá
la pena.
1- Necesitamos una tela que se asemeje
un poco a la arena
del desierto, una pirámide de cartulina u otro material
confeccionada con tiempo
por nosotros (pueden
ser dos, una más
grande que la otra), y una imagen
de la Huida a Egipto.
La pirámide debe
ser grande y hueca
por debajo para
poder ocultar algunos
objetos.
2-
Les pedimos con antelación a los niños
que traigan un artículo del supermercado para compartirlo con los pobres,
por ejemplo, un paquete de arroz, una
botella de aceite,
un litro de leche,
etc. Llegado el día del encuentro juntamos todo o parte de los productos que han traído y, sin que ellos
se den cuenta, lo metemos
debajo de la pirámide. El resto
lo ocultamos debajo de la tela asemejando un desierto. Es importante que
no sospechen qué hay
debajo. Colocamos a los pies
de la pirámide la imagen
de la sagrada familia ¡Ya tenemos
nuestra ambientación!
INVOCAMOS AL ESPÍRITU SANTO: “Espíritu
Santo, seguimos caminando con Jesús
Niño que ahora llega a Egipto. Ayúdanos
a descubrir lo que quieres
enseñarnos con este misterio
de un Dios inmigrante en un país que no es el suyo. ¿Qué pides hoy de
nosotros con esta Palabra para nuestra vida
y nuestra misión?
Ilumínanos Señor y ca-
lienta nuestro
corazón con tu amor. Amén”.
PROCLAMAMOS LA PALABRA. Mt 25,35.
“Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui fo- rastero y me hospedasteis.”
MEDITAMOS
Comenzamos el diálogo
con los niños
propiciando que recuerden dónde dejamos a la
familia de Jesús. Habían salido huyendo en circunstancias muy difíciles. Ahora aca-
ban de llegar a un país
extraño, Egipto.
Intentamos imaginar su llegada contemplando la
ambientación. Las pirámides son importantes, quizá fue lo primero
que encontraron al llegar. Además
de ser mara- villosos monumentos cuya construcción todavía
encierra para nosotros
algunos misterios,
recordamos para qué eran empleadas: Se trataba de enormes mausoleos para los faraones, donde
se les enterraba ostentosamente. Pero además
se metía dentro parte
de sus posesiones: riquezas, vasos
sagrados, ropa y también comida para que no les
faltara de nada
en ese largo
“viaje al otro
mundo”.
Así llegan nuestros peregrinos a Egipto,
saludando esas ricas
pirámides pero sobre todo buscando como buenos
pobres quién les ayude a ellos.
En este momento
tomamos la Biblia
con reverencia y solemnidad y la abrimos
en el Evangelio indicado. Repetimos y hacemos
que repitan con nosotros el versículo,
pero la última frase, fui forastero
y me hospedasteis, hacemos que la repitan
varias veces.
¿QUÉ DICE DIOS EN ESTA PALABRA?
¿Te ha pasado
llegar alguna vez como “el nuevo”, y no conocer
a nadie? Puede
ser si cambiaste de cole,
o si entraste en un equipo nuevo
de fútbol, o en las clases de dan-
za, o si tu familia
cambió de casa y en el barrio
no conoces a ningún niño ni niña…
Se pasa un poco mal, ¿eh? Pues imagínate
llegar nuevo y no sólo no tener amigos sino
¡no tener nada!
No tener qué comer, o dónde dormir,
o dinero para
comprar… ¡nada! ni siquiera hablar el idioma
que allí se habla, ni conocer la moneda… ¡nada!
¿Puedes imaginarlo un poquito?
Pues eso les ocurrió a Jesús siendo solo un niño muy peque- ño, y a sus padres con ese pequeñín
que era Dios pero que estaba tan necesitado y pobre.
¡Vaya apuro! ¡Como para que alguien
te mire mal o te llame con desprecio “fo- rastero, ¡vete!,
tú no eres de aquí”,
o para que hable mal de ti y de los tuyos,
o te haga la vida más difícil.
Por eso Jesús pudo decir bienaventurados
porque… fui forastero y me
acogisteis, porque Él lo pasó mal y alguien
lo acogió. Es Dios pero no le tiene miedo
a pasarlo mal sino
que prefiere afrontar
la vida y compartir las experiencias tristes
y malas para
te- ner un corazón más grande y saber sufrir
con todos los que sufren.
Y a todos los que atiendan a un pobre,
o a alguien necesitado, Él mira eso como cuando
lo hicieron con Él
mismo. Mejor dicho,
¡Jesús se esconde
en todos los que sufren!
¿QUÉ ME DICE DIOS A MI?
Seguro que a la otra vida no hace falta que nos llevemos
ropa, comida, aparatos,
dinero… Todo eso
se va a quedar “enterrado” en este mundo,
como en la tumba de los faraones. Poco les aprovecharían tantas cosas para la otra vida. En cambio, cada
pequeño gesto de amor que hagamos
por alguien que nos necesita,
tendrá un pre- mio
enorme en el cielo y nos hará felices desde la tierra.
Es lo único que nos llevare-
mos. Ahora es hora de mirar si podemos
convertir Egipto en un lugar de acogida
¿por qué no probamos
a darle algo a la Sagrada
Familia, es decir, a los pobres
que ellos representan? Quizás
nos ayude levantar
nuestras pirámides y “desenterrar” tantas cosas buenas que caducan
si no las compartimos. (Levanta las pirámides
y suscita el diálogo).
ORACIÓN
PERSONAL Y COMUNITARIA
Retiramos las pirámides a otro lugar para que
no estorben y colocamos en el cen- tro a la sagrada familia. Egipto se transforma en personas acogedoras, nosotros, que
alrededor de la imagen sostenemos los productos que queremos compartir con los pobres. ¡Vaya cambio
¿Verdad?! Con una música de fondo dejamos espacio
para el silencio y para oraciones
espontáneas de los niños en las que ellos ofrezcan
lo que tienen a Jesús y a los
pobres en los que él se esconde.
NOS
COMPROMETEMOS
¿Te parece que hay que viajar a Egipto para encontrar situaciones como la que hoy
hemos meditado? Seguro
que en tu clase o en tu barrio, muy cerca de ti, hay quien
ha “venido de lejos”. No se trata
sólo de darle
algo de dinero,
o de alimentos, ¡lo más difícil es darle un poco de amor! Lo puedes hacer:
acercándote a esa persona e inte-
resándote por cómo
se llama, dónde
vive, qué le gusta,
cómo se siente…
En resumen, ofreciéndole tu amistad. Recuerda
que, según la trates, así estás tratando
a Jesús.
¡Qué gran
misión! Sí todos
hiciéramos esto seguro
que el mundo cambiaría. ¡Ánimo!
¡Ponte en marcha!